Desde su territorio, son muchos los bretones que se han embarcado a descubrir el vasto mundo. Y no para nada es para huir de su país, ya que están muy orgullosos de su identidad; es sobre todo porque les gusta la aventura y abrirse al mundo.
El marinero bretón siempre ha tenido la reputación de buen navegador. Y es necesario que lo sea para navegar a lo largo de sus costas desgarradas, como lo son las bretonas, y de sus islas con carácter agitado, como Ouessant, Sein, Molène o Groix. De Jacques Cartier a Eric Tabarly, pasando por Surcouf y Duguay-Trouin, los grandes nombres de la navegación francesa casi siempre son originarios de estas tierras bretonas. Así que se trata de gente con mucho conocimiento en temas de viajes y de hospitalidad a los viajeros. A los bretones les encanta ofrecer su hospitalidad, pero también recibirla. Un tazón de sidra, galettes (crepes) de sarraceno, andouille (embutido de tripa de cerdo) de Guémené, ostras de Cancale, kouign aman (postre), una bandeja de marisco, un vaso de cerveza; siempre se aprecia ser bien recibido en una región en la que la comida es extraordinaria. Pero lo que al mar se refiere, la Bretaña es muy rica. Generosa y con carácter enérgico, la Bretaña marítima es una sucesión de paisajes en los que la tierra y el mar parecen apoyarse y a la vez librar un terrible combate. El resultado de esta relación tumultuosa son unas costas dentadas, magníficas y salvajes todas ellas: costa de Esmeralda, costa de granito Rosa, costa de Amor o costa Salvaje. En cuanto a la tierra, el azul del mar deja lugar al verde de los bosques cargados de leyendas. Algunos pasos en el bosque de Brocéliande son suficientes para que aparezca Merlín el Encantador y Arturo con sus caballeros de la Mesa Redonda; el bosque de Huelgoat, por su parte, entre caos de rocas y árboles centenarios, deja a veces escapar a los Korrigans (duendes bretones) que cuando cae la noche se invitan en grandes farándulas a la landa de los Montes de Arrée. En la tierra también encontramos la Bretaña histórica con sus alineaciones megalíticas (en Carnac), sus ciudades fortificadas (Saint-Malo, Concarneau), sus centros de ciudad con casas de entramados de madera (Vannes), su Parlamento de Bretaña (Rennes), sus numerosos calvarios, iglesias y otros lugares religiosos. Bignous, violines y bagads (formaciones musicales bretonas) animan las noches festivas de ciudades como Saint-Malo, Rennes, Brest, Dinard, Quimper o Vannes y se reúnen cada año en el Festival Intercéltico de Lorient.A menudo se dispone de una imagen negativa de Bretaña y se dice que allí llueve mucho. Sin embargo, en contra de la creencia popular que otras regiones se complacen en alimentar, no llueve más en Bretaña que en otros lugares. La media de precipitaciones anuales es prácticamente la misma que para el conjunto del país.
La única diferencia reside en el hecho que, a diferencia de las regiones del sur, donde las precipitaciones son poco frecuentes pero violentas, en Bretaña las precipitaciones son frecuentes y se reparten a lo largo de todo el año. Son muy pocas las semanas en las que no cae la típica lluvia calabobos. Como consecuencia, tanto en invierno como en verano, es imprescindible llevar un impermeable en la maleta.
Con su clima oceánico, también es frecuente que se levante viento, sobre todo a orillas del mar, y por la noche siempre refresca, incluso en verano, así que no olvides la chaqueta al salir.
Aunque la mayor parte de los turistas acuden a las magníficas costas bretonas, no hay que olvidar las tierras del interior, que también rebosan de paisajes maravillosos. Los Montes de Arrée, los bosques legendarios de Brocéliande o de Huelgoat, ofrecen unos cuadros naturales majestuosos como la punta de Raz, la costa de Granito Rosa, o las islas a lo largo de Finisterre.
A pesar de su magnífico litoral, la Bretaña es víctima desde hace unos años del alga verde. Aunque las algas verdes siempre han estado presentes en mayor o menor medida en algunas playas bretonas, en los dos últimos años se ha constatado una proliferación preocupante del volumen de estas algas encalladas en el litoral. Recién encalladas o en el mar, estas algas no son peligrosas. Sin embargo, cuando se empiezan a descomponer y se sedimentan en capas de varios centímetros, desprenden emanaciones de amoniaco y de un gas muy tóxico, el sulfuro de hidrógeno.
No se recomienda a los veraneantes caminar por las zonas en las que hay algas apiladas y en descomposición. Los gases que liberan cuando pisamos la costra que se forma en la superficie son muy tóxicos.
A lo largo de un paseo por el litoral, si percibes un olor a huevo podrido (el olor del sulfuro de hidrógeno), se recomienda que te alejes rápidamente de esa zona.