El hotel, abierto en 2004, se construyó con la idea de traer un cachito de Nueva York a orillas del mar Rojo. La fachada de espejos quiere recordar a Manhattan, pero el parecido termina ahí y el vestíbulo es más clásico. En el exterior, el tamaño de la piscina es definitivamente XXL, pero deja poco espacio a algunas tumbonas y sombrillas. Además, la cercanía de los edificios vecinos, algunos de ellos oficinas, te quitan intimidad y te confieren más bien una sensación de encierro. La piscina está vigilada y hay una pequeña zona para los niños. La auténtica curiosidad del hotel se encuentra en el sótano. Para compensar la falta de espacio en la superficie, el Central Park da rienda suelta a su alma neoyorquina en el sótano. Una galería de tiendas, sin escaparates, incluye bar, salón de té, salones de masaje, un rincón de Internet... Los espacios están los unos al lado de los otros y son todos diferentes, ninguno cuenta con una decoración personalizada. Un punto a favor: la sala de fitness está abierta hasta tarde, de 8:00 a 23:00 h. Un punto en contra: es de pago y el club infantil es bastante triste, pequeño y con pocos equipamientos. También hay una discoteca, aunque afectada por dos incendios se había dejado al abandono en el momento de nuestra visita.