Un kilómetro separa el albergue del impresionante pórtico colocado en la pequeña carretera que serpentea entre los muros de piedra detrás de Ostuni. Un kilómetro de almendros, higueras, viñedos y, por supuesto, olivares. En este paraje encontramos la casa, con el mar de fondo a 800 metros. Un edificio medio granja, medio fortaleza, dominado por una torre cuadrada maciza de las de antaño, de cuando era importante saber con antelación quién se acercaba por el camino. Su situación en pleno campo, sin ninguna vivienda alrededor, le confiere un aspecto de fortín colonial. La recepción es pequeña, pero está repleta de libros sobre la región e informaciones que el hotelero da gustosamente a todo aquel que pregunta. Enamorado de su región, no hay nada que le complazca más que compartir esta pasión con los clientes.