


Detrás de la plaza Wenceslas, la imponente fachada del hotel Beranek esconde un establecimiento aséptico totalmente desprovisto de encanto. El colmo para esta ciudad de un romanticismo exacerbado. Al margen de las zonas comunes muy banales, las habitaciones son correctas, pero caras si tenemos en cuenta las prestaciones que ofrecen. Sin embargo, el hotel dispone de un aparcamiento, un argumento de peso en esta ciudad en la que resulta bastante complicado encontrar sitio para aparcar.