Sorprendente pero cierto, el restaurante es extraordinario de abril a octubre y normal (en comparación) el resto del año. De hecho, en verano se come (excepto el desayuno y es una verdadera lástima) en la terraza de la última planta, instalada al fresco, con vistas al Panteón, al Quirinal o al Vaticano (según el lado de la terraza). Lo que equivale a toda Roma, y la Roma tranquila, sin el ruido de las grandes avenidas más abajo, ya que el hotel se encuentra en el centro histórico. Ante este panorama, el contenido del plato pasa a ser secundario. Sin embargo, se come bien (y más bien caro, el plato de pasta cuesta unos 20 euros): chuleta de ternera con torreznos, vieiras con salsa a la naranja, tortellini rellenos de pecorino... Pero también se puede probar el restaurante en invierno: las comidas se sirven en la sala del subsuelo (sin vistas al exterior), decorada al estilo veneciano (araña de cristal de Murano, paneles de mármol claro en la pared). También se dispone en esta sala el buffet del desayuno (de estilo americano, con platos calientes y fríos). Si prefieres el confort de tu habitación, pedirás que te sirvan el desayuno, sin suplemento, aunque éste será menos variado que el buffet (bollería, panecillos, zumo de fruta y bebida caliente). La terraza panorámica del bar permite tomar algo en temporada. También está el bar del vestíbulo, interior, situado en un espacio contiguo al salón del vestíbulo.