El restaurante está en la planta baja del edificio, en una sala abovedada, decorada con elegancia pero sin apertura al exterior. Como tampoco hay terraza, estamos obligados a comer (y a beber) con luz eléctrica, sin que podamos disfrutar del buen clima romano (puede haber un cielo azul todo el año, incluso en invierno). ¿Y para compensar? El bufé del desayuno es de los más atractivos: jamón de Parma al corte, panes variados, cuencos de fruta fresca cortada, repostería casera (pastelitos, tarta de mermelada), salmón ahumado, huevos revueltos, salchichas y zumo de naranja natural. Hay hasta una zona bio (leche y yogur). A mediodía y por la noche, se sirven comidas a la carta. Platos locales sabrosos a precios razonables (unos 20 euros). Para cambiar de la pasta matriciana o carbonara (dos recetas de origen romano) recomendamos: los escalopes de ternera y las alcachofas, a la romana. Los gastrónomos elegirán el pulpo asado o la crema de calabaza con trufa y nueces. El bar (de estilo inglés, con una chimenea) también permite comer algo ligero: bocadillo, ensalada o un plato de pasta.