Los siracusanos, quienes la fundaron en el IV siglo a.C., la bautizaron como Ankon, codo, por la forma curva de su costa, bañada por el Adriático. Ancona, que fue República Marinera en la época de los "Comuni" y que dirigió su actividad comercial hacia Dalmacia, ha vinculado desde siempre su existencia al puerto, que la empuja hacia el mar en un abrazo. Las llanuras arenosas de sus playas, hacia el norte, y el perfil escarpado de sus acantilados, más hacia el sur, se apoyan en una corona de colinas. Los barrios históricos, entre parques y callejuelas empinadas, conservan los vestigios de un pasado muy rico. A partir del arco de Trajano, construido en honor al emperador que financió con las arcas públicas el puerto de la ciudad, y hasta la cercana galería de los Mercaderes, los monumentos de la ciudad nos transportan a un esplendor antiguo. La catedral de San Ciríaco representa la fusión de lo sacro y lo profano. La iglesia que se alza sobre la acrópolis griega encima de un antiguo templo preexistente, es uno de los ejemplos mejor conseguidos de románico en Italia.