Situado en pleno centro de la región, es su único pueblo (y su capital). Está en un inmenso valle en el que se cruzan dos ríos: el Dora Baltea y el Buthier. La zona ha tenido desde siempre un papel clave en el tráfico comercial y suscitó el interés de los romanos, que la conquistaron. En la ciudad aún quedan vestigios de su paso: por ello, vale la pena visitar el arco de Augusto, la Puerta Pretoria o el criptoportico forense (una parte del foro). A pesar de ser un lugar de paso, gracias a las colinas del Pequeño y del Gran San Bernardo, ha sabido mantener su especificidad y conservar tradiciones que se han perdido en muchos otros lugares. En esa ciudad aún perduran actividades artesanales (como trabajar la madera o tejer lana con antiguos telares.