Enclavada en una península frente al océano Atlántico, a Essaouira le gusta sorprender al viajero. En primer lugar por su arquitectura. El color ocre rosado de sus murallas contrasta con la blancura de sus casas, cuyas puertas y persianas azules recuerdan las islas griegas. Sus calles perfectamente rectilíneas, concebidas en el siglo XVII por el francés Théodore Cornut, hacen de ella un ejemplo único de urbanismo en Marruecos.
En segundo lugar por su ambiente. Al haber sido durante mucho tiempo el puerto sardinero más importante del mundo, la antigua Mogador sigue viviendo al ritmo de las mareas. Hay que impregnarse de la atmósfera de su puerto y pasearse por sus zocos para sentir su alma marroquí. Después, hay que recorrer sus numerosas galerías de arte y examinar el trabajo de marquetería de sus artesanos locales para captar mejor su alma de artista. Frecuentada por las comunidades hippies desde los años 60 y luego por la jet-set progre, Essaouira ejerce una fascinación particular. La ciudad sigue atrayendo hoy en día a numerosos pintores aquejados de falta de inspiración o a músicos en busca de nuevos ritmos. Además, muchos habitantes de Marrakech acomodados poseen aquí sus segundas residencias.
Con sus interminables playas de arena, Essaouira seducirá por igual a los amantes de la ociosidad y de los deportes náuticos. Es cierto que a menudo el agua está fría, que el viento puede soplar fuerte, y que el baño está sujeto a ciertas precauciones, pero estamos lejos de la afluencia de Agadir, incluso en pleno verano. Por eso la playa de Sidi Kaoui, a diez kilómetros de la ciudad, se ha convertido en un punto muy famoso para todo tipo de surfistas y de windsurfistas.
Contrariamente a los grandes centros balnearios marroquíes, Essaouira se caracteriza por una hostelería con encanto construida en antiguas casas tradicionales, riads, y algunos hoteles familiares. Debes saber sin embargo que por la tarde y en invierno puede hacer algo de frío. En verano, las temperaturas rondan los 25° C y el mar rara vez supera los 20° C.
Deberías tomarte tiempo y callejear por el zoco para conocer los diferentes mercados agrupados por especialidades: los zocos de semillas, los de pescado, los de los joyeros. Al pie de las murallas, en la calle de la alcazaba, visita a los artesanos marqueteros que trabajan la madera de tuya con incrustaciones de madera de limonero, de nácar o de ébano. El puerto de Essaouira es por sí mismo una excursión. Allí podrás descubrir los astilleros, el vaivén de los pesqueros, los muelles transformados en lonja de pescado al regreso de los pescadores.
Enclavada en una península frente al océano Atlántico, a Essaouira le gusta sorprender al viajero. En primer lugar por su arquitectura. El color ocre rosado de sus murallas contrasta con la blancura de sus casas, cuyas puertas y persianas azules recuerdan a las islas griegas. Sus calles perfectamente rectilíneas, concebidas en el siglo XVII por el francés Théodore Cornut, hacen de ella un ejemplo único de urbanismo en Marruecos.
Llévate tu crema solar ya que el viento engaña...
Evita la ropa demasiado extremada (en particular las mujeres). No hagas top less en las playas.
La cocina marroquí es excelente y ofrece distintos platos con sabores sutiles y variados. El cuscús sigue siendo sin duda el plato típicamente marroquí, pero también se pueden degustar los tajines de buey, de pollo, de cordero. La pastilla se come dulce o salada o una mezcla de ambas. Los brick o la chorba son entrantes apetitosos. Los pastelitos harán las maravillas de los más golosos. Y después de comer, pide un té a la menta.
Podrás traerte numerosos souvenirs. Joyas, objetos de hierro forjado, babuchas, túnicas, especias, objetos de cuero... La artesanía marroquí es muy variada.