Publicado el 18/07/2019
¿Sueñas con visitar uno de esos campos infinitos de lavanda que tan populares son -sobre todo en esta época- en Instagram? Pues al contrario de lo que pensabas, no hace falta que viajes hasta la Provenza francesa para vivir esta experiencia sensorial. Podrás empapar tus manos de su característico perfume, inundar tu mirada de su vivo color violáceo y darle un respiro a tu alma, muy cerca, en Brihuega
Con la llegada de la época estival, las suaves colinas de Brihuega se tintan de morado, y el paisaje se convierte en un infinito manto de lavanda que desprende un aroma tan delicioso como codiciado por los perfumistas de medio mundo. No son tan extensos como los campos de la Provenza francesa, pero a diferencia de ellos, producen un aceite esencial exquisito, del cual el ochenta por ciento se exporta a la región gala. Sus propiedades relajantes y su aroma irresistible convierten a la localidad manchega de Briehuega, perteneciente a la provincia de Guadalajara, en la escapada veraniega perfecta de turismo de interior, ya que se encuentra a tan solo cien kilómetros de Madrid (una hora en coche), y al lado de Sigüenza, declarada conjunto histórico artístico en 1965. - © Valentin Valkov / 123RF
En 1973 el casco histórico de Brihuega fue declarado conjunto histórico-artístico, comprendiendo los principales monumentos de la villa, como son sus tres iglesias del siglo XIII: la iglesia de San Felipe, la iglesia de San Miguel (en la imagen) y la iglesia de Santa María de la Peña. También quedan restos de la antigua iglesia de San Simón. - © Nicolas Cuisinier / 123RF
Existen tramos de la antigua muralla que envolvía a la localidad, quedando aún en pie dos de sus puertas: el arco de Cozagón y la puerta de la Cadena. Al sur se yergue el castillo de Brihuega, cuyo interior ha servido de cementerio. Próximos se encuentran la plaza de toros de Brihuega, cuyo arquitecto fue Ambrosio Arroyo, y el convento de San José, hoy día un espacio expositivo. Otro de los edificios a destacar de la localidad es la Real Fábrica de Paños del siglo XVIII. - © Jose A. Astor / 123RF
En las afueras quedan restos del Palacio de Ibarra, cuyo rollo o picota (columna de piedra más o menos ornamentadas, sobre las que se exponía a los reos y las cabezas o cuerpos de los ajusticiados por la autoridad civil), del siglo XVI, es de granito, de fuste alto y cilíndrico. Esta columna era símbolo de que Brihuega tenía el carácter de villa y, por ello, jurisdicción propia. Fue en 1212, cuando el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada dio derecho de fuero a la villa, testimoniado la presencia del rollo a la entrada de la misma, y dio a los judíos el mismo trato que al resto de pobladores de cualquier otra condición que habitaran Brihuega: todos los omnes que moraren en briuega o en su término, xristianos e judíos e moros, todos ayan un fuero. - © Jose A. Astor / 123RF
Hace treinta años, un agricultor local preocupado por la despoblación que generó la falta de trabajo, decidió seguir el ejemplo de la Provenza francesa y cultivar en los vastos campos de Brihuega el espliego, nombre original de la planta. Convenció a sus tres hermanos y a un reputado perfumista, y de este modo sembró las primeras 600 hectáreas de lavanda. Los inicios no fueron fáciles, pero hoy, tres décadas después, Brihuega puede presumir de producir el 10 por ciento de la producción europea de lavanda. ¡Todo un orgullo! - © Beatriz Rodrguez Gomar / 123RF