La antigua capital del imperio soviético hacía temblar el mundo desde el Kremlin, una auténtica ciudad dentro de la ciudad, protegido por sus altas murallas rojas. Actualmente, los turistas se concentran en la plaza Roja, entre el mausoleo de Lenin y la basílica de San Basilio el Bendito, coronada por cúpulas en forma de pastelito de crema directamente salidas de un cuento de hadas. El metro, un auténtico palacio subterráneo, te conduce en un abrir y cerrar de ojos al café Pushkin, a la ciudad de las estrellas o al búnker de Stalin. Déjate llevar por el ritmo de la noche moscovita, que por algo goza de excelente reputación. Sería una pena que visitases únicamente la capital ya que hay otros sitios interesantes, como la zona del Anillo de Oro, al nordeste de Moscú, que reúne las antiguas ciudades de los zares y los príncipes de la Santa Rusia.También puedes visitar Smolensk, a 400 km al oeste de Moscú, famosa por su ciudadela y la magnífica catedral de la Asunción. La mejor manera de descubrir los tesoros rusos es ir de crucero por el Volga; desde el barco podrás admirar las múltiples ciudadelas con cúpulas doradas.
La mayoría de las tiendas abren de lunes a sábado de 9:00 a 20:00 y a veces cierran a mediodía. Algunas tiendas de alimentación abren los domingos. Los grandes almacenes Gum (el más conocido, situado en la plaza Roja), Tsum y B.H.S. tienen una amplia variedad de productos. Una recomendación: no compres caviar en la calle, seguramente te timen. Para asegurarte de la calidad, vete al ultramarinos Eliseevski en la gran avenida Tverskaya, cerca de la plaza Pushkin (metro Pushkinskaya). Esta bonita tienda de alimentación ostenta una decoración digna de un palacio, donde no faltan los grandes espejos, las lámparas de araña y los dorados. No confundas el caviar negro (huevas de esturión) con el caviar rojo (huevas de salmón), mucho más asequible. En la lista de productos que tienes que comprar no pueden faltar botellas de vodka, latas de caviar (hay que prestar atención a las condiciones de conservación), matriochkas (muñecas rusas), chapkas (sombreros de piel) y, para los coleccionistas, insignias y medallas con la efigie de Lenin acuñadas con la estrella roja o la hoz y el martillo. En cuanto a productos de lujo, ropa, alcohol, tabaco y perfumes, el mercado moscovita está repleto de imitaciones que desafían a la competencia. La artesanía tradicional (estuches de madera lacada, figuritas de porcelana, collares de ámbar, fulares bordados, samovares, alfombras del Cáucaso, iconos) y las pieles, de zorro o visón, son valores seguros aunque la exportación de antigüedades está estrictamente prohibida.
¡No puedes irte de Rusia sin haber probado el caviar! Untado en un blinis está delicioso. Desde 2006 está prohibido sacarlo de Rusia. Una caja de 100 g cuesta unos 70 euros en Moscú mientras que en Europa asciende a más de 500 euros. No lo compres en cualquier lugar, y sobre todo no en la calle. Para asegurarte de la calidad, vete al ultramarinos Eliseevski en la gran avenida Tverskaya, cerca de la plaza Pushkin (metro Pushkinskaya). Es la ocasión ideal para admirar esta bonita tienda de alimentación con una decoración digna de un palacio, donde no faltan los grandes espejos, las lámparas de araña y los dorados. No confundas el caviar negro (huevas de esturión) con el caviar rojo (huevas de salmón), mucho más barato. Las cervezas siberianas son baratas (1 euro aproximadamente), pero muy suaves. Por supuesto el vodka es mítico. Para hacer como los rusos, hay que beberlo de un trago. Tendrás ocasión de degustar especialidades del antiguo imperio soviético: restaurantes uzbekos, armenios, georgianos... Prueba el Strogonov, un clásico de la gastronomía rusa elaborado con carne de ternera, nata, cebolla y champiñones; ¡una delicia!
Desde la caída del la Unión Soviética, el modo de vida de los moscovitas se ha transformado de manera radical. Han descubierto la libertad de expresión, la posibilidad de ir libremente al extranjero, los espectáculos, las tiendas llenas y también las manifestaciones en la calle, el paro, la criminalidad, la inflación, los millonarios y los mendigos, los casinos y las sopas populares. Muchos expresan su desencanto frente a la aplicación brutal de un liberalismo salvaje, divididos entre la atracción por Occidente y el deseo de volver a enlazar con los antiguos valores eslavos y enfrentados a una sociedad a la deriva. Ahora bien, en un país al borde del caos, han encontrado también el espíritu de iniciativa y autonomía del que se les había apartado. En la actualidad, Moscú es una ciudad que se mueve, desbordante de vitalidad y creatividad. Sin embargo, el debilitamiento de las costumbres de la sociedad post-soviética no debe hacernos caer en la ingenuidad. Las chicas hermosas que rondan cerca de los hoteles, en bares y discotecas para seducir a los hombres de negocios o al turista con mal de amores no sucumbirán a los encantos de éstos sin segundas intenciones de tipo mercantilista. En Moscú, la compra de dólares se ha convertido en deporte nacional y la economía paralela está en auge. Pero este sistema de supervivencia, de pequeños tráficos ilegales, el aumento del individualismo y la búsqueda del enriquecimiento no han conseguido desnaturalizar lo que conviene llamar "el alma rusa", a la vez apasionada y resignada, tierna y salvaje, capaz de soportar lo peor y vencer a las montañas y, sobre todo, dotada de una generosidad sin igual.
Si nos invitan a comer en casa de un moscovita, conviene vestirse de manera elegante y ofrecer un regalo a los anfitriones (vino, flores, bombones). Generalmente, hay que descalzarse a la entrada para ponerse zapatillas. Las comidas se mezclan con múltiples discursos y brindis de vodka que son ocasiones para celebrar la amistad. Por último, la tradición de las dachas, las casas de campo, está aumentando de nuevo su popularidad. La encarnación de la felicidad para el moscovita es una isba de madera, rodeada de un minúsculo jardincito en el que crecen cuatro flores y tres patatas.
No cojas un taxi para ir al aeropuerto, podrías perder el avión por los enormes atascos. Para llegar al aeropuerto internacional de Domodedovo, situado a 32 km al sudoeste de Moscú, es mejor coger el tren Cityexpress. Sale cada media hora exacta y en tan solo 45 minutos llega al aeropuerto desde la estación de Paveletskaya, conectada con las líneas 2 y 5 del metro, a dos paradas del centro.
Revisa el cambio en el autobús, es fácil que intenten timar a los turistas.
En el metro, las indicaciones están en cirílico, por lo que es conveniente que sepas lo básico. ¡Coge el metro! Es realmente barato y merece una visita para ver sus estatuas, lámparas, frescos y mármoles. A veces las paradas están muy separadas, por lo que en ocasiones deberás caminar 25 minutos para llegar al hotel o a donde te dirijas. Prepárate para el reto de pasear con las maletas y los nombres de las calles en cirílico, sobre todo porque los rusos no hablan ni inglés ni español...