Entre Europa y África, la isla griega más grande se expande a lo largo de 260 kilómetros y muestra unos paisajes austeros y salvajes. Degusta los platos típicos elaborados con aceite de oliva y verduras del sur, recorre los múltiples mercados, respira el olor que desprende el tomillo de las montañas o échate una siesta a la sombra de un olivo; estas son las mejores maneras de admirar los colores y los sabores mediterráneos tan beneficiosos de Creta. Esta tierra también encierra leyendas míticas: se dice que aquí nació Minos, hijo de Zeus, y que Dédalo construyó el laberinto en el que encerró el minotauro. La primavera y el otoño, resguardadas del tumulto y del oprimente calor de los meses de julio y agosto, son las estaciones ideales para visitar la isla de los Dioses tranquilamente y hacer excursiones a sus tres macizos o descubrir las tradiciones locales. En la costa norte, Heraclión, capital administrativa y económica, abre la puerta al mítico yacimiento arqueológico de Cnosos, famoso palacio minoico, y alberga un magnífico museo arqueológico, que no te puedes perder. Creta invita a pasar una estancia familiar o romántica, donde los viajeros pueden escoger entre disfrutar del ocio en sus playas kilométricas o sus calas recónditas, espeleología en las cuevas y las gargantas acurrucadas en los huecos de los macizos calcáreos, y visitar monumentos, como el monasterio de Arkadi, que son fiel testigo de los múltiples pueblos que habitaron la isla.