Este encantador hotel abrió las puertas el 19 de abril de 2012 en el barrio de la ópera Garnier. Los propietarios del establecimiento quisieron contar la historia del famoso matrimonio Favart a través de las diferentes estancias del hotel. Así que cada uno de los elementos decorativos evoca la vida de la pareja. En 1745, Charles-Simon Favart, director de la Opéra-comique se enamoró de la actriz Justine Duronceray, conocida con el nombre artístico de Mademoiselle Chantilly, a raíz de una representación. El mismo año decidieron casarse. Así empezó una hermosa historia de amor en la que el teatro y la ópera jugaron un papel importante.
La decoración del establecimiento, en palabras del propietario, persigue representar con atrevimiento el siglo XVIII. El siglo de los viajes se aborda con todo lujo de detalles decorativos: baúles de viaje, tela de Jouy en las paredes con escenas de países lejanos, tonos marrón en referencia al chocolate, que realizó su aparición en Europa en esa época?
Asimismo, el hotel está envuelto en una atmósfera típica del teatro y la ópera.
El hotel, de dimensiones reducidas, podría haber sido el hotel particular de la pareja, pero no lo es. Cuál fue nuestra decepción al descubrir que los Favart jamás vivieron aquí. Es una lástima, ya que creíamos en ello igual que los niños creen en los Reyes Magos.
Sin embargo, este hecho no resta el más mínimo encanto al hotel, que podría convertirse en una casa, la de la pareja. Al entrar, tendrás la sensación de estar accediendo a la auténtica casa del matrimonio Favart, con retratos en las paredes, libros, partituras, objetos que podrían haber pertenecido a ellos, mobiliario del siglo XVIII...
La decoración, aunque no sea de nuestro gusto, está muy conseguida.
Al lado de la recepción descubrirás un pequeño salón-biblioteca, con una chimenea, que da a un pequeño patio.
Aunque al entrar en estas paredes hayamos viajado al siglo XVIII, en el vestíbulo podrás encontrar un espacio con un ordenador con conexión a Internet.
La Maison Favart, algo poco frecuente en los pequeños hoteles parisinos, esconde bajo las bóvedas de su sótano un agradable espacio de bienestar con una piscina de recreo equipada con luminoterapia, una sauna para dos personas y un gimnasio. El lugar es acogedor y tiene una atmósfera mágica gracias a los mosaicos dorados y a las nubes de espejos que lo decoran. Pequeño pero lleno de encanto.