El Royal Monceau abrió sus puertas por primera vez el 1 de agosto de 1928 y desde el principio se convirtió en lugar de encuentro predilecto de ricos, artistas e intelectuales.
Concebido por el arquitecto Louis Duhayon, a quien también debemos los arcos del Lido, el palacio de los alegres años 20 vino a representar rápidamente la elegancia parisina, con la construcción y la harmonía de sus proporciones.
Después del paso del tornado Starck, entre 2007 y 2010, se puede decir que es lo único que queda, físicamente, de ese pasado. Más que una renovación, fue una revolución lo que el diseñador impuso en este palacio.
Tan pronto como cruzas la puerta, la recepción establece en seguida la personalidad del hotel: un gran espacio, la escalera histórica monumental que lleva a las plantas de las habitaciones, mármol, columnas y una gran lámpara de araña de cristal; ¡por suerte se han conservado los elementos básicos del palacio!
El espacio es el mismo, por supuesto; lo que se ha reorganizado completamente es la ocupación. Starck concibió el Gran Salón, que está a continuación de la recepción, como una especie de galería de cristales y de lámparas, pincelada con pequeños salones privados y micro-vitrinas. Grandes sillones y múltiples taburetes de formas, texturas y colores variados son a la vez las notas de color y las propuestas para sentarse.
A cada trasero (de fortuna) su asiento.
Las zonas comunes las concibió Starck como espacios que intentan evitar la posibilidad de transmitir un claro mensaje. Con su multiplicidad (de estilos, de texturas, de colores), deben actuar como despertadores, por ejemplo, el bar de puros, La Fumée Rouge, acolchado por completo de rojo.
Situado definitivamente bajo el cartel de arte, el Royal Monceau es el primer palacio que ha introducido el séptimo arte en el corazón de la estructura, con una sala de cine de cien asientos de cuero blanco. Otro espacio de ocio, el Spa My Blend by Clarins, ofrece más de 1.500 metros cuadrados de tranquilidad y de evasión, además de una piscina de 26 metros de longitud, cuyas ondulaciones se intuyen desde Le Jardin, un lugar fantasmagórico y de naturaleza concebido por Louis Benech.