Noventa habitaciones se reparten en este gran edificio en forma de "U", que data de principios del siglo XX. Diseñado como un hotel desde sus orígenes, sus habitaciones tienen una cualidad poco habitual y fundamental, sobre todo en la ciudad: precisamente el espacio. Divididas en cinco categorías, de la clásica a la suite, siempre miden un mínimo de 20 m2.
Aunque la decoración no es su fuerte, aunque no deja de ser adecuada en tonos clásicos, algunas habitaciones esconden sorpresas. De hecho, los dieciséis alojamientos de la categoría superior disponen de una gran terraza privada, acondicionada en verano, con vistas a los tejados y a la Torre Eifel (6) así como al Sagrado Corazón (sólo 2). Se sitúan todos en la octava planta y sólo los clientes con tarjeta "privilège" pueden acceder a ellos. Es una lástima que los pasillos de acceso sean tenues y algunas zonas estén poco cuidadas, con pintura desconchada... La estatus de "privilège" pierde un poco su sentido.
Para las familias, algunas habitaciones están comunicadas (como la 611 y la 312), disponiendo también de una especie de galería cerrada entre ambas salas. La decoración es clásica y el embaldosado verde y blanco de los cuartos de baño parece imitar el color del moho. ¿De quién ha sido esta genial idea?
La junior suite tampoco es demasiado "privilège". Hay espacio, es verdad, pero es excesivo. Podríamos decir que falta material para amueblar las dos habitaciones. El cuarto de baño es inmenso, de color beige-amarillo (definitivamente, la elección de los colores no se ha encargado a un acuarelista), el espejo está resquebrajado y falta luz natural: ¿quién ha dicho glamur?