Inaugurado en 2008, el Santa Catalina se presenta como un hotel urbano, cuyo perfil de cliente responde tanto a viajeros de negocios como de placer. La arquitectura de su fachada se muestra en perfecta armonía con la de los edificios circundantes, aunque ni mucho menos resalta por su belleza. Antes de su apertura como hotel, este establecimiento operó durante décadas como un hostal. Su recepción es bastante pequeña, y su decoración podría ser definida como minimalista, aunque lo cierto es que no se trata de uno de sus principales puntos fuertes.
Su accesibilidad es por lo general buena, ofreciendo Wi-fi gratuito en todo el establecimiento. Dispone de un acceso para minusválidos, así como de una habitación en la planta baja adaptada a personas con movilidad reducida. Los corredores y escaleras que conducen hasta las habitaciones carecen prácticamente de detalles decorativos. De vez en cuando puede apreciarse un cesto con flores secas, o algún que otro cuadro en sus muros de color beige, aunque por lo general su decoración es austera y falta de calidez. En cuanto a la restauración, el hotel carece de restaurante, contando únicamente con un pequeño comedor de unas 24 plazas, y con una pequeña cafetería de aforo muy limitado, en el que el cliente puede pedir un desayuno simple por un precio cercano a los tres euros. Esto es debido no a un problema de infraestructura, sino más bien a la apabullante oferta de bares, cafeterías y restaurantes localizada en sus alrededores.