La génesis del Jardín Botánico de Brest se remonta a los años setenta. Jean-Yves Lesouëf, botánico, soñaba con un lugar donde todas las plantas del mundo pudieran vivir a perpetuidad. Su sueño se hizo realidad durante unos viajes a España y las Seychelles, donde se percató de la desaparición de ciertas plantas. "Perder una planta silvestre es perder millones de años de evolución, y eso es irreversible", afirma.
Así que se le ocurrió la idea de crear una especie de Arca de Noé para las plantas, el primer jardín botánico del mundo para conservar plantas en peligro de extinción. Este Edén estaba enclavado cerca de escarpadas laderas, acantilados y un arroyo.
Con los años, el jardín ha crecido y ha reforzado su misión de conservación. Se convirtió en un lugar predilecto para científicos y botánicos. Alrededor de las plantas corre un único hilo conductor: el arroyo Vallon. Serpentea por el jardín y asciende por los altos acantilados. Siguiéndolo, descubrirá el bosquecillo de bambúes, las plantas mediterráneas y los eucaliptos.