Aunque muchas veces pasa desapercibido, los mercados son un receptáculo precioso de culturas. A estas estructuras –algunas permanentes y otras efímeras– llegan los productores locales, los grandes vendedores, quienes necesitan comprar los insumos del día y también los curiosos que quieren descubrir a qué sabe ese lugar. Los mercados son mezcla de cotidianeidad y ajetreo, olores, colores, costumbres y novedades. Son una de las primeras estructuras comerciales, de aquellas que han perecido a la evolución del tiempo y las hay en todo lugar en el que los humanos nos hayamos establecido.
Por eso, al conocer una ciudad, no se puede obviar ir al mercado. Aquí es donde se cata una cultura, donde se distinguen sus matices, se perciben todos esos sabores ocultos que conforman a una sociedad.