A una cuadra de la icónica Champs Elysées, antes de llegar al puente Alexandre, este pequeño palacio de arquitectura despampanante mira de frente a su hermano, el Gran Palais. En realidad, este edificio nunca fue un palacio de verdad, aquí nunca ha vivido nadie; se construyó para la Exposición Universal de 1900 (como casi todo París) y dos años después se instituyó como el Museo de Bellas Artes, para hospedar las colecciones más ricas de la ciudad.
En la colección permanente se pueden ver piezas de muchos estilos, retratos de la burguesía del siglo XX, el mercado de Les Halles (que ahora es un enorme centro comercial) y otras que retratan la vida diaria del siglo pasado, arte sacro, esculturas clásicas, por mencionar algunas. Pero gran parte del encanto de este lugar es su arquitectura, en especial la de los grandes salones, cuyos murales recuentan la historia de París, y el jardín interior, que tiene un café muy mono –y un poco caro–, que es una buena opción para tomar una pausa.